Dave palideció hasta el punto en que
Isabelle pensó que iba a desmayarse de un momento a otro. Pero no
lo hizo. Ni siquiera se sentó. Se limitó a apretar los puños y
entonces comenzó a gritar.
Jace, su padre, intentaba calmarse,
pero con Dave culpándolo por la desaparición de su hermana no era
una tarea fácil. Ambos se enzarzaron en una discusión mientras
Isabelle salía de la habitación con los ojos llorosos. Odiaba
cuando la gente gritaba. No podía soportarlo. Entró en su
habitación, la que anteriormente había pertenecido a su tía. Se
tumbo sobre la colcha color azul y contempló el techo de su
habitación. Decidió subir a la sala de entrenamiento para descargar
un poco de estrés luchando, y no hacerlo con los caros muebles que
adornaban el Instituto. Recorrió el Instituto hasta llegar a su
destino. Al llegar allí un familiar olor a metal mezclado con el olor a gimnasio la envolvió. Cogió uno de los cuchillos que se
encontraban en la pared y empezó a combatir contra un enemigo
invisible mientras su cabeza no paraba de hacer conjeturas sobre la
desaparición de Pattie. Su destreza era impresionante, pero no tanto
como su rapidez. Sus movimientos era rápidos y gráciles como los
de una pantera. Sus ojos dorados y su melena negra le daban un
aspecto peligroso y letal.
El cuerpo de Isabelle estaba cargado de
adrenalina, tanto que cuando unos fuertes brazos la rodearon por
detrás no lograron contenerla.
—Relajate
fiera. —dijo una voz familiar a sus espaldas.
Lo primero que vio Isabelle al darse la
vuelta fue un pelo rubio, y unos ojos esmeralda que la miraban
divertidos. Una sonrisa asomo en los labios de la chica mientras
corría a abrazar a su hermano. El la estrechó entre sus brazos con
fuerza.
—¡Gabriel!
¿Que haces aquí?
—Vaya,
yo también me alegro de verte. —Isabelle sacudió la cabeza con
una sonrisa.
—Sabes
que me alegro de que estés aquí. Pero esto cada vez más parece una
reunión familiar. ¿Que pasa? ¿Hay una fiesta y no he sido
invitada?
—Tengo
una buena y una mala noticia.—dijo Gabriel, de repente con
semblante serio.
—¿Y
bien?
—Si
que hay una fiesta. La mala noticia es que no estas invitada.
Después
de unos segundos, preguntó:
—Bueno,
¿cual es la buena noticia?
Entonces
la apareció en el rostro de Gabriel una sonrisa de medio lado. En ese
momento Isabelle vio en su hermano el rostro de su padre.
—La
buena noticia es que puedo colarte.
Isabelle
se contemplaba en el espejo mientras el vapor inundaba la habitación.
Su piel blanca y su pelo negro hacía que sus ojos dorados
resaltaran en su rostro. El espejo mostraba un cuerpo delgado, de
estatura media. Músculos definidos, pero no demasiado. Y cicatrices.
Finas cicatrices que recorrían todo su cuerpo. Algunas eran tan
leves que no se percibían si no te fijabas demasiado, otras no
tanto. Algunas pertenecían a antiguas marcas ya desaparecidas, otras
eran debidas a las múltiples luchas a lo largo de los años. Era el
cuerpo de un nefilim. Los nefilim estaban destinados a morir jóvenes.
La mayoría de ellos jamas llegarían la vejez. Jamás tendrían
hijos o nietos. La muerte estaba presente siempre en sus mentes y en
su vida. Se suponía que ellos estaban preparados para enfrentarse a
la muerte de un ser querido. Pero Isabelle no podía soportar la idea
de perder a Gabriel, a sus padres o incluso a Dave y Pattie. Se
sentía comprometida con los hermanos, ya que uno de ellos le había
salvado la vida. Luego pensó en Elisabeth, pero sacudió la cabeza
con un rápido movimiento. No le gustaba pensar en ella. Abrió la
puerta de baño, lo que le provocó un escalofrío debido al cambio
de temperatura. Se puso unos baqueros y una camiseta. No solía
preocuparse demasiado por su ropa, en especial cuando estaba en el
Instituto. Salió de su habitación y se encontró con Gabriel,
apoyado en la pared.
—Madre
mía, princesita ¿cuanto tiempo necesitas para darte una ducha?
—No
me llames princesita—dijo intentando parecer dura. Pero se
le escapó una sonrisa.— Sabes que lo odio.
—Lo
se. Y es por eso que no voy a dejar de hacerlo.
Isabelle
le dio un suave puñetazo en el brazo mientras su hermano reía.
—Bueno
¿donde es la fiesta?
—En
la biblioteca, madame.
—¿Una
fiesta en la biblioteca? Vaya, por fin vamos a hacer algo que me
gusta.
Ambos
caminaron a lo largo del Instituto hasta situarse a las puertas de la
biblioteca. Gabriel abrió la boca pero negó con la cabeza y empujo
las puertas de la biblioteca. En esta esta estaban: su padre , Jace,
estaba sentado detrás del escritorio. Su madre estaba situada de
pie, detrás del sillón en el que se encontraba su padre.
La
mirada de Jace reflejaba seriedad mientras que en la de Clary podía
verse preocupación. Al otro lado de la sala se encontraba Dave,
apoyado sobre una pared. Su rostro mostraba cansancio, angustia y
frustración. Para sorpresa de Isabelle, al fondo de la sala una
figura esbelta la examinaba detenidamente.
—Ya
estamos todos. —dijo Jace.
—Bueno
¿a que se debe la reunión? —preguntó.
—Mi
hermana esta desaparecida. ¿Le parece a la señorita suficiente
razón para convocar una reunión?— dijo Dave levantando la voz.
Gabriel
le dirigió una mirada envenenada y le señaló con el dedo índice.
—No
te pases chico. No te pases. —Dave le sostuvo la mirada,
desafiante, hasta que Isabelle colocó una mano en el hombro de su
hermano y este apartó la mirada, no sin antes lanzar una mirada de
desprecio a Dave.
—Vaya,
cuando me invitaron a esta fiesta pensaba que iba a ser un muermo,
pero al final esta siendo entretenida.
—Oh,
por el Ángel, cállate Elisabeth— dijo Isabelle poniendo los ojos
en blanco.
Elisabeth
le dirigió una mirada de desprecio.
—Tu
no me das ordenes, enana as-
—Ya
basta. —sentenció Jace con una voz severa.— Hay una nefilim
desaparecida, no tenemos tiempo para vuestras tonterías. —Clary
apretó el hombro de su marido y este suspiró. En su cara se
reflejaba un gran agotamiento.
Después
de una pausa su padre volvió a hablar:
—Organizaremos
una búsqueda por los alrededores del Instituto. Isabelle, tu y
Gabriel revisad de nuevo el Instituto. No creo que la encontréis,
pero es mejor asegurarse. —miro a Dave. — Esta débil, no puede
haber ido muy lejos.
Los hermanos asintieron y salieron de la biblioteca. Caminaron en
silencio, mirando en todas las habitaciones del Instituto. Tras largo
rato en silencio, Isabelle habló:
—Gabriel,
¿se puede saber que hace Elisabeth aquí? ¿Tu sabias que venía?
—No,
no lo sabía—respondió su hermano.— Y tengo la sensación de que
papa y mama tampoco. Ni siquiera se por qué ha venido.
—¿Y
tu? ¿Por qué has venido?
—Como
sabes, hace poco se firmaron los Acuerdos, y tuve que viajar a Idris
para vigilar el salón de los Acuerdos. Después de lo de Valentine
la Clave es muy precavida y hay muchísima vigilancia en todos los
alrededores. —ambos callaron durante unos segundos debido a la
mención de su fallecido abuelo. — Allí me encontré con tío Alec
y tío Magnus. Me dijeron que venían hacia aquí, así que decidí
pasarme yo también a hacer una visita. Pero desconozco los motivos
de Elisabeth para haberse presentado aquí. Hacía años que no la
veía.
Y
era cierto. Elisabeth nunca fue la hermana más simpática y buena
que cuida de su hermanita pequeña. Es mas, siempre fue fría y
calculadora. Y cruel, muy cruel. Isabelle no la odiaba, pero no
sentía ningún afecto por ella. Gabriel sin embargo, le guardaba
cariño. Eran mellizos, y en su niñez habían estado muy unidos.
Cuando Elisabeth creció empezó a ir con la gente equivocada. Según
le había contado Gabriel, Elisabeth tuvo un problema muy gordo con
los vampiros que casi le cuesta la vida. Fue algo de un rollo amoroso
con un tal Raphael, creía recordar Isabelle.
—Sea
como sea, —dijo al fin Gabriel.— acabaremos averiguando el motivo
por el que ha regresado.
Isabelle
asintió y se dirigió a otra de las habitaciones para seguir
buscando a Pattie. Después de revisar todo el Instituto sin ningún
resultado, Gabriel fue a ayudar a sus padres y Dave, mientras que
Isabelle se quedó en el Instituto, por si Pattie decidía volver. Se sentía cansada, preocupada y un tanto agobiada. Así que
decidió subir a la azotea, su lugar para escapar del mundo.
Subió
las escaleras y al abrir la puerta, un escalofrío recorrió su
espalda. La temperatura de fuera era agradable para estar en Febrero,
pero seguía haciendo frío en la calle. Se sentó en el borde del
edificio. El mismo lugar donde un par de días antes había advertido
el grito de terror de una chica. Y ahora esa chica estaba
desaparecida por su culpa. No podía evitar pensar que si ella se
hubiera quedado con Pattie, ahora ella estaría bien. No es que no se
fiara de su destreza como cazadora de sombras, pero estaba muy débil
y dudaba que dispusiera de armas. Un ruido a sus espaldas la hizo
volver al presente. Detrás de uno de los conductos de ventilación
asomaba una pequeña tira de trapo blanco. Isabelle no dudo ni un
segundo. Se levantó sigilosamente, sin hacer ruido, y se encaminó
hacia aquella misteriosa sombra que se derramaba sobre el suelo
debido a la caída del sol. Sacó su daga, la que siempre llevaba
encima, aunque si ella estaba en lo cierto, no le haría falta. Y
efectivamente, no tuvo que utilizarla. Una figura pequeña se
encontraba agazapada a sus pies. Su pelo moreno estaba enredado y sus
ojos azules brillaban de terror.
—No
me hagas daño, por favor.
La
expresión de Isabelle se suavizó.
—Eh,
tranquila Pattie. No voy a hacerte daño. Estoy aquí para ayudarte.
—¿Tu...me
conoces? —dijo ella lentamente.
—No
te había visto nunca. Hasta ayer. Intente salvarte de un demonio,
pero al final fue tu hermano el que nos salvó a ambas.
—¿Mi
hermano? ¿Es ese chico moreno tan mono es mi hermano, verdad?
—Si.
—contestó Isabelle.
Ambas
se quedaron calladas durante lo que para Isabelle pareció ser una
eternidad. Sabía que tenía que avisar a los demás, pero no quería
asustar a Pattie. Así que decidió esperar.
La chica miraba el cielo con aire pensativo.
—¿Por
qué...—Isabelle hizo una pausa, pensando sus palabras— subiste
aquí arriba?
—Me
gusta este sitio. No se. Necesitaba aire, pero tenía miedo de salir
a la calle. No se por qué, pero algo me decía que no era buena idea
salir a la calle sin nadie que me acompañase.
—Hiciste
bien.
Y
ambas volvieron a callarse. Esta vez fue Pattie la que inicio la
conversación.
—Están
buscándome ¿verdad?
—Si.
—Es
tan frustrante...cuando desperté no recordaba absolutamente nada. No
puedo soportar la idea de haber olvidado toda mi vida. Mi infancia,
mis familia, mis amigos...—Pattie se cubrió la cara con las manos
y comenzó a llorar.
Isabelle
la abrazó con fuerza, al borde de las lágrimas.
—El
hermano Zachariah dijo que la memoria volvería. Puede que antes,
puede que después. Pero llegará el día en que podrás recordarlo
todo.
—No
se quien ese tal hermano Zachariah, pero ojalá tenga razón.
Isabelle
le dirigió una dulce sonrisa, y Pattie se la devolvió.
—Deberíamos
ir abajo. Tu hermano esta muy preocupado por ti.
Pattie
asintió y se levantó despacio con la ayuda de Isabelle. Ésta
contempló a la chica con gran tristeza. Lo más seguro es que no
recordara que era una nefilim, por lo que tendrían que tener mucho
cuidado al contárselo. Supuso que contarle que te dedicas a matar
demonios a una persona mentalmente frágil no es una buena idea.
Tendrían que ir con cuidado.
—¿Sabes
que es lo peor?—susurró Pattie cuando llegaron al piso de
abajo.—Que tengo la sensación de que he olvidado algo muy
importante. Algo que si nunca llego a recordar, podría costarme la
vida.